El tamaño del pene, algunos años después

Fue en los ensayos de la graduación de la primaria. Preparábamos una obra de teatro y, tras bambalinas, había camerinos para niños y niñas.

Entré al de niños y encontré a un grupo de compañeros alrededor del sillón, donde Samuel ocupaba el centro con los calzones abajo y el pene erecto.

Samuel demostraba su tamaño y hacía referencia a que él ya podía eyacular. Nos lo iba a comprobar en ese momento.

No recuerdo más de los hechos, pero sí recuerdo, o más bien, siento en mi cuerpo, que ahí se cimentó una certeza de mi propia insuficiencia. En términos de tamaño. En términos de que yo aún no eyaculaba.

Hago una pausa para decir que el presente ensayo tenía muchos otros comienzos posibles:

“Ese cliché de que el hombre compra su coche para compensar el tamaño percibido de su pene, es cierto”.

- Leía uno de ellos.

“Hace unos días iba manejando y me imaginaba en mi primer viaje de psicodélicos aún por suceder. Me empecé a imaginar los miedos y episodios que mi subconsciente traería a mi atención, y de flashazo, me llegó esa experiencia cuando a los 11 años vi a Samuel con el pito parado siendo el centro de atención”.

- Leía otro.

“La envidia del pene es un tema bastante estudiado por la psicología…”.

-  Era otra opción para entrarle desde Freud y su séquito, que pueden llegar a ser demasiado reduccionistas en los temas genitales y sexuales.

El tema es que quería entrar a este ensayo sin entrar de lleno. Usar teorías, chistes, introducciones que pusieran el contexto para lo que quiero decir.

Pero entonces describí la escena que trajo mi subconsciente y me di cuenta que no había que darle más vueltas. Todos nos hemos comparado y la comparación a esa edad es tal vez la que cimenta la forma de compararse para siempre. La tienes grande o la tienes chica. Te vienes o no te vienes. Estás en el círculo o no. Pero el niño no se da cuenta de que pertenecer no depende de una decisión personal y lo vive como un decreto divino en su contra.

Si no veo al mundo como es, sino como yo soy:

  1. ¿Será que el tamaño del pene es subjetivo?

  2. ¿Y esa subjetividad viene de esas primeras comparaciones?

  3. Y entonces, ¿el tamaño de uno mismo frente a todo lo que viene después proviene de esa subjetividad que quedó fija?

Cuando hace unas semanas imaginé mi viaje de psicodélicos y recordé el episodio de la graduación de primaria, me di cuenta de que el “yo” que se intimidó cuando uno de sus amigos le contó a los 14 años su primera relación sexual con una prostituta, y la primera vez que le metió la lengua a alguien a su boca a los 15, y la primera vez que se metió a la cama unos años después, siempre fue el “yo” de los 11 años que se quedó fuera del círculo.

Ahora entiendo eso que dicen mis amigos los terapeutas y expertos en trauma.
Las personas que viven con trauma no recuerdan los episodios de manera vívida y lineal. Entre que son visiones borrosas, emociones difuminadas o explicaciones a medias de las situaciones originales, la persona aprende que esos episodios son parte normal de su vida y la forma en la que es la vida.

Por eso existen tantos chistes y clichés del tamaño del pene. Es algo que se graba en algún rincón de la psique y del inconsciente colectivo y que viene en forma de chiste porque no hemos terminado de integrarlo.

Por eso los que tenemos traumas, o sea todos, a veces mencionamos “de pasada” esos episodios. Nuestra mente nos recuerda “de pasada” esos momentos raros, pero no nos detenemos para darle lugar a esas imágenes borrosas, que más que recuerdos, son situaciones que generaron emociones y condicionaron la forma en la que estamos vivos.

¿Será que toda mi relación con Samuel posterior a la graduación se debió a que él ocupaba el centro del círculo? ¿Por eso me junté con él? ¿Para pertenecer? ¿Para sentirme protegido? ¿Para sentir que yo también valía? ¿Para evitar que me bulearan?

¿Cuántas decisiones en mi vida fueron condicionadas por un sentido de insuficiencia que se vivió en la infancia?
¿Cuántas decisiones son tomadas o no tomadas hoy en día por ese niño de 11 años?

Abundan las teorías de que, como humanos, solo vemos el mundo cuando somos niños. Todo lo demás es recuerdo.
Las teorías de que la infancia nos moldea para siempre. Las teorías de que nuestras heridas nos ponen los lentes con los que percibimos la realidad.

Sí y no.

Por que, ¿qué pasa cuando uno va al pasado, como yo lo hago ahora, y lo vuelvo a observar?

El pasado puede cambiar.

El presente lo cambia.

Se usan palabras. Técnicas de sanación. Comprensión del niño anterior y su contexto. Compasión por el niño interior que ahí siempre estará.
Se comparten esas vivencias de la vieja memoria, y se comparten miradas y palabras entre adultos que -arriesgando una vergüenza más-, se dicen entre ellos: “yo también”.

Y entonces, el tamaño del pene, la edad de la primera eyaculación, de la primera regla, de las primeras chichis, el tamaño de tu cintura, la edad cuando te compraron tu primer coche o fumaste tu primer cigarro en público para pertenecer, no son el punto importante. Porque no conozco a nadie que crea que todo lo que tiene que ver con su cuerpo, su desarrollo y las edades en las que les sucedieron cosas impactantes, hayan sido normales.

El pasado cambia cuando te das cuenta, a veces temprano en tu adultez, a veces décadas después, a veces en tu lecho de muerte, que esas cosas que te sucedieron no fueron tu culpa.

Así como no escoges tu anatomía, tampoco escoges a tus padres y sus heridas. No escoges la violencia que viviste en tu cuerpo y en tu entorno, con palabras o con actos. No escoges los estándares con los cuales la normalidad normalizó a los normales dejándote fuera a ti y cegándote a ver que los normales no están en ninguna parte.

El pasado cambia cuando el adulto deja de reclamarle al niño por su falta de control en ese momento y deja de pedirse a sí mismo un cambio mágico para evitar otra vez esa emoción.

La crueldad de la infancia es que esas situaciones suceden todo el tiempo. Pero la mayor crueldad es cuando los adultos ya no pueden ver el mundo más allá de esas ópticas reductivas.

Las medidas objetivas, las que usan números para medir el pene, las cuentas bancarias o los seguidores de Instagram, las que usan coches brillosos o máscaras cada vez más creativas para esconder la falta de normalidad, nunca son objetivas. Es tu propio niño, tu propia niña, la que verá lo que siempre ha visto.

Hasta que decides cambiar el pasado.

Primero haces grande esa herida al darle atención, la atención te permite sanar, y luego -esto a veces se olvida-, sueltas la fijación a tu herida porque, aunque es efectiva para justificar muchas cosas de ti, y es efectiva para llamar la atención y pertenecer a un nuevo círculo, no es la forma en la que quieres definir y vivir tu vida.

El episodio que recuerdo fue en los ensayos de la graduación de la primaria. Preparábamos una obra de teatro y, tras bambalinas, había camerinos para niños y niñas. Entré al camerino y vi a un grupo de compañeros en un círculo alrededor del sillón donde se encontraba Mariano quien tenía los calzones abajo y el pene erecto. En esa época la conversación estaba muy centrada en el tamaño del pene y si ya podías eyacular. Aunque todos tuvimos ese miedo y tras vivir algunas experiencias y elegir sanarlas, eventualmente me di cuenta de que pertenecer va mucho más allá de esas cosas, y me sentí feliz y agradecido con mi tamaño y mi momento.

Victor Saadia